Éste es un post de invitada de Inés Viñas (a.k.a. @epopeya_lowcarb). A través de su perfil de IG y de su fantástica web www.lowcarb.es, Inés (Psicóloga y Nutricionista), comparte recetas keto muy originales e interesantísima información sobre la alimentación cetogénica como terapia aplicable a enfermedades como alzhéimer, cáncer, depresión, diabetes, epilepsia, esclerosis múltiple o hipertensión.
Apuesto a que a día de hoy das gracias por el día en el que superaste los inevitables remoloneos iniciales y decidiste darle una oportunidad a la dieta baja en carbohidratos.
Estás de mejor humor, tienes más energía y sientes como tu cabeza va a mil por hora.
Además, sospecho que habrás perdido algún que otro michelín.
En definitiva, te has convertido en una versión mejorada de ti. ¡Estupendo! Ahora… ¿te has preguntado por qué?
Pues porque tus células (neuronas incluidas) tienen acceso a un combustible más eficiente y limpio que les permite funcionar mejor y crear menos sustancias de desecho, lo que aumenta su rendimiento.
Además, las propias restricciones que implica esta dieta (los omnipresentes pan, pasta, arroz, maíz, patatas y azúcar en sus miles de variedades, tanto dulces como saladas, que están vetados) te obligan a elegir alimentos que reducen significativamente la cantidad de sustancias inflamatorias que te metes entre pecho y espalda.
Me refiero al gluten (y otras proteínas similares, presentes en los cereales “sin gluten” supuestamente saludables, como la súper-popular avena), los ácidos grasos oxidados de aceites baratos requemados y, por supuesto, los aditivos, colorantes y conservantes diversos que abundan en los “productos comestibles ultra-procesados” (que no “comida”) que abarrotan las estanterías de los supermercados y tardan milenios en caducar.
Y es que estos “ingredientes” no solo te roban energía (porque te obligan a destinar gran parte de la que obtienes a “limpiarte” profusamente tras su paso), sino que además siembran el caos en ese intestino que compartes con tus ancestros paleolíticos (que nunca tuvieron que lidiar con galletas de margarina ni pastelitos rosas).
Tal como suele decir uno de mis sabios favoritos*:
Tu intestino no es como Las Vegas: lo que ocurre en él, no se queda en él sino que, antes o después, repercute en el resto de ti.
Afortunadamente, tú eliges qué quieres que se expanda desde tu sistema digestivo hasta la última de las células que conforman tu querido cuerpo.
Tú decides si quieres que sean los alimentos antiinflamatorios y nutritivos que propicien que luzcas una mirada radiante y un pelazo de escándalo, que duermas como un bebé y te despiertes de un salto con ganas de comerte el mundo… o con un cansancio apabullante, apatía, ojeras, ronchas, infecciones continuas, ansiedad, sobrepeso y un hambre atroz perennemente insatisfecha.
La dieta cetogénica puede convertirse en una aliada de tal calibre en esta tarea, que a día de hoy ya se ha ganado la consideración de terapia para una plétora de condiciones crónicas no transmisibles, llegando en algunos casos incluso a superar a los fármacos en efectividad (y sin sus efectos secundarios).
De hecho, la “dieta cetogénica” como tal (o, mejor dicho, su denominación, que su historia como aproximación dietética se remonta al amanecer de los tiempos) surgió apenas empezada la segunda década del siglo XX, cuando comenzó a utilizarse habitualmente como terapia contra la epilepsia.
Curiosamente, un eminente médico americano se dio cuenta de que la intensidad y frecuencia de los ataques epilépticos aumentaba significativamente después de las fiestas de cumpleaños, cuando los pacientes se hinchaban a dulces y tartas.
El hombre sumó dos más dos y empezó prescribir dietas bajas en carbohidratos. Y el resultado (que en su época hizo correr ríos y ríos de tinta) no se hizo esperar. El buen doctor pronto comprobó extasiado como un mero cambio en la alimentación de sus pacientes epilépticos realmente atajaba los síntomas de la enfermedad.
Y no creas que esta opción terapéutica se perdió en la bruma de los tiempos conforme avanzaba el siglo pasado (y su amor por los fármacos), ¡ni mucho menos! A día de hoy, se sigue recurriendo a la dieta cetogénica cuando la medicación antiepiléptica no logra atajar los ataques.
Y su efecto terapéutico no se limita al cerebro. La característica que ha convertido a la dieta cetogénica en la terapia de elección para aquellos que han desarrollado una diabetes tipo 2 es que, a diferencia de las dietas que abogan por hincharse a cereales y féculas, esta le da al páncreas un merecido respiro.
Los niveles altos de glucosa en sangre (que nos infligimos cuando nos pegamos esos atracones de pizza, pasta, arroces y pasteles) son potencialmente tóxicos.
Y este sufrido órgano es el encargado de segregar insulina (la hormona que permite a las células captar la glucosa sanguínea para sacarla de la circulación) y evitarnos una hiperglucemia (que puede devenir en coma).
De hecho, la diabetes tipo 2 no es más que un páncreas fatigado que tira la toalla después de décadas segregando más y más insulina para intentar librarnos de esos niveles altísimos y constantes de glucosa en sangre.
Y gracias a ese respiro, mejoran sustancialmente tanto la sintomatología como el pronóstico de aquellas condiciones que cursan con un control mermado de la glucosa sanguínea, como el síndrome metabólico (la cada vez más prevalente resistencia a la insulina, que es el cuadro predecesor de la diabetes tipo 2), el síndrome de ovario poliquístico (SOP) o el hígado graso, que son como señales de SOS que nos manda nuestro páncreas cuando empieza a verse agobiado.
Y por si fuera poco, la dieta baja en hidratos de carbono y alta en grasa también se está utilizando (con éxito) como arma terapéutica contra el alzhéimer.
Sí, afortunadamente, esa condena vitalicia de origen desconocido ya no lo es. Y se ha descubierto, de hecho, que una de las causas que contribuyen a su aparición es precisamente una dieta de alta carga glucémica (abarrotada de cereales, féculas y dulces). Imagina hasta qué punto influye el azúcar en sangre sobre su aparición y posterior progresión, que ya lo han bautizado como diabetes tipo 3.
La fisiología subyacente, que parece ser que comparte con la degeneración macular asociada a la edad, el párkinson y el mismísimo glaucoma (ya apodado diabetes tipo 4), las causas más importantes de ceguera en el mundo industrializado, es precisamente que las neuronas mueren porque pierden su capacidad de acceder a su combustible, la glucosa.
Y la dieta cetogénica, afortunadamente, les ofrece uno alternativo que les permite alimentarse: los cuerpos cetónicos.
Estas partículas, que sospecho ya sabes que pueden medirse en la sangre o en el pipí y olerse en el aliento, las sintetiza el hígado a partir de la grasa cuando los niveles de glucosa en sangre son bajos.
Vendrían a ser nuestro seguro de vida ante una eventual época de hambre, precisamente porque las células pueden utilizarlas como combustible en ausencia de glucosa. De ahí el nombre de la dieta: “ceto”, de cetonas y “depresión” del griego “origen” o “que origina cetonas”.
Y si una dieta puede ejercer de terapia y tratar con probada eficacia condiciones neurológicas, no resulta una locura suponer que podría también contribuir a aliviar trastornos psicológicos y psiquiátricos. ¡Y así es! A día de hoy, la dieta se está utilizando como tratamiento de la depresión, el trastorno bipolar e incluso la temida (por incomprendida) esquizofrenia, gracias a la nueva disciplina que ya asoma en el horizonte.
La flamante psiquiatría nutricional está llamada a llenar de esperanza a aquellos que la creían perdida, dándole la razón a la consigna por la que ya abogaba Hipócrates hace 2500 años: el célebre “deja que el alimento sea tu medicina”.
Y por si fuera poco, también se ha evidenciado ampliamente que una dieta baja en azúcares e hidratos de carbono de rápida absorción (que mantiene baja la insulina en sangre) tiene el poder de aminorar significativamente el avance de muchos tipos de cáncer.
De hecho, es precisamente la insulina lo que se utiliza en el laboratorio para estimular el crecimiento de células cancerosas, así que imagina el efecto que tiene esa dieta alta en féculas, dulces y farináceos sobre posibles tumores dubitativos. ¡Les insufla combustible para cohetes!
Así que, aunque la dieta cetogénica no sea la panacea universal, sí que merece el calificativo de “terapéutica” mucho más que la inmensa mayoría de fármacos… y sin más efectos secundarios que un páncreas aliviado, una mente clara y algunas tallas menos.
Si quieres ahondar un poquito, puedes curiosear el mecanismo bioquímico del efecto terapéutico de la dieta cetogénica en la epilepsia aquí, el del alzhéimer aquí, el de la degeneración macular aquí, el del glaucoma aquí, el de la esquizofrenia aquí, el de la depresión aquí, el de la resistencia a la insulina (el cuadro predecesor de la diabetes tipo 2) aquí , el del SOP (síndrome de ovario poliquístico) aquí y el del cáncer aquí.
* Esta es una de las frases estelares del enorme Alessio Fasano, un médico gastroenterólogo de fama mundial que ha descubierto, precisamente, el mecanismo por el que el gluten siembra el caos en tu intestino, abriéndote de par en par a enfermedades inflamatorias y autoinmunes.