En el momento en que escribo esto tengo 45 años camino a los 46.
Hasta que cumplí los 41, el estado de mi salud y mi relación con la comida se resumiría en:
Visto así no parece un panorama muy alentador.
Sin embargo, diría que más o menos llevaba una vida normal. Con eso quiero decir que no me parecía estar más echa polvo que la mayoría de la gente que veía a mi alrededor.
Siempre pensaba en que “más adelante” ya iría perdiendo el peso y eso me ayudaría a mejorar en general.
“Más adelante”.
Más adelante lo único que pasó es que todo se complicó. Que todo era más difícil.
Y esperando el más adelante, un día empecé a preocuparme de verdad.
El día en que me medí el azúcar en sangre y descubrí que tenía los niveles mucho más elevados de lo que era el máximo recomendado, fue un punto de inflexión.
Los días siguientes volví a medirlo, y seguía muy elevado.
Entonces empecé a pensar en las consecuencias a corto y medio plazo que tendría el hecho de no mejorar mi salud y de no bajar el exceso de peso que tenía.
Ese día, por primera vez, fui consciente de que estaba entrando en la época de premenopausia y que en los siguientes años las cosas solo se pondrían más difíciles.
Me visualicé pasados un par de años con más kilos encima, menos ágil, con menos energía, con dolores en las articulaciones… me sentí agobiada y sentí como si me faltase el tiempo.
Por primera vez fui consciente que, si no cambiaba algo de forma real, las cosas solo se volverían más difíciles.
No más fáciles, más difíciles.
Al día siguiente hablé con mi hermano David. Mi hermano es psicólogo y dietista especializado en nutrición clínica avanzada y obesidad.
Hablar con él me tranquilizó, porque me explicó que si empezaba a alimentarme de forma cetogénica había muchas posibilidades de que todos esos problemas desaparecieran y pudiera encarar la época de la menopausia incluso mejor de lo que había estado nunca.
O sea que por un lado vi lo jodida que podía ser mi vida en unos años si no hacía nada, pero por otro lado descubrí que si tomaba acción podía estar mejor que nunca. Y eso me animó.
Aunque los primeros días no fueron fáciles, me adapté bien a mi nueva alimentación y bastante más rápido de lo que habría pensado. Al fin y al cabo, comía cosas que me gustaban, no pasaba hambre y me sentía mucho mejor en general. No me parecía estar haciendo una dieta.
A los 3 meses ya había perdido casi 9kg y, a día de hoy. me siento con más energía que nunca y de la acidez estomacal solo queda el recuerdo, y las migrañas solo me visitan de uvas a peras.
El día en que tuve las narices de sentarme y valorar en qué puesto de mi lista de prioridades estaba perder peso, decidí que era mi máxima prioridad. Sentí que ya no tenía más tiempo para posponerlo. Sentí que había llegado mi momento.
Muchas veces nos dicen que la razón por la que no somos capaces de perder peso es porque no tenemos fuerza de voluntad.
Me rio de janeiro.
La voluntad poco tiene que ver con eso, y esa es una de las cosas más potentes que he aprendido en este camino y de las que hablo en mi lista.
Si es algo que te interese, puedes apuntarte aquí abajo. Y es gratis.
Nos leemos.
Y te digo por qué.
Mando un email (casi) a diario y hablo de cómo aliarte con tu cuerpo y tu mente, para que consigas resultados y dejes de pensar de una vez por todas en el puñetero peso.
Si eso es algo que te interesa, deberías suscribirte. Es gratis.
A mucha gente le gusta, pero oye, quizás a ti no. No pasa nada, en cada email te puedes dar de baja con un clic y tan amigas.
Para entrar y empezar a recibir emails que te pueden cambiar la vida (o no), es aquí mismo:
Comprar ahora 120€ 59€